Adaptación libre sobre la fábula corta que habla del instinto de la bondad y el instinto del escorpión de hacer daño a los demás. Una de esas fábulas con moraleja que te hace pensar…
Una rana nadaba plácidamente en una gran charca. Despreocupada, se dejaba mecer por las ondas del agua que dibujaban perfectos círculos en el líquido elemento. A lo lejos se oía algún canto de pájaro, y de vez en cuando algún chapoteo de los patos cercanos.
Al mirar hacia la orilla, la rana se percató de un escorpión que caminaba de un lado a otro junto a la orilla. El escorpión se acercaba al agua, miraba al otro estremo de la charca, mascullaba alguna maldición y volvía a caminar de un sitio a otro malhumorado. La rana lo miraba desde el centro de la charca, no entendía muy bien qué le ocurría al alacrán, así que decidió acercarse un poco hacia la orilla.
Más cerca, la rana podía oir protestar al escorpión, que maldecía una y otra vez por no saber nadar… parecía que quería cruzar hasta la otra orilla.
La rana se acercó aún más y le preguntó:
– ¿Qué te pasa amigo escorpión?
El escorpión se paró en seco, miró hacía el agua y le espetó a la rana:
– Yo no soy tu amigo, batracio. Y no me pasa nada… bueno me pasa que quiero ir hasta la otra orilla y no sé nadar. Esta maldita charca me está haciendo perder el tiempo.
La rana, no se tomó a mal el tono del escorpión, entendió que estaba contrariado, así que le dijo:
– Verás, escorpión, yo te puedo ayudar, yo sí puedo nadar.
– Pues no sé cómo me piensas ayudar. ¿Pretendes enseñarme a nadar?
– No – dijo la rana – si quieres puedes subirte a mi espalda y yo te llevo hasta la otra orilla, no me cuesta ningún esfuerzo, seguro que pesas muy poco… y así ya sí podrás decir que somos amigos.
Antes de que el sorprendido escorpión pudiese contestar, se oyó una aguda voz que provenía de un nenufar cercano, era la de una libélula que estaba allí observando la curiosa escena. La libélula le dijo a la rana:
– No te fíes de él rana, es un escorpión, es un ser traicionero y en cualquier momento te puede hacer daño.
La rana miró a la libélula incrédula y le dijo:
– No, no creo que sea así, además si le ayudo, ¿porqué iba a atacarme?
El escorpión ofendido le contestó a la libélula:
– Libélula, métete en tus asuntos, nadie te ha pedido opinión – y dirijiéndose a la rana le preguntó – ¿de verdad que me ayudarás, rana?
La rana, contenta por poder ayudarle, le dijo:
– Por supuesto, me acercaré a ti y te subes a mi espalda.
La rana salió del agua y de un pequeño salto, se colocó junto al escorpión, que aparatosamente se subió a lomos de la rana. Acto seguido, la rana se sumergió en el agua dejando al escorpión sobre su seca espalda.
El trayecto fue corto, pues la rana con el propósito de ayudar al escorpión utilizó sus ancas como remos bajo el agua y en un periquete estaba a punto de llegar a la otra orilla.
– Ya estamos llegando – le dijo a su pasajero – saldré del agua para que puedas bajar.
– Muy bien, rana.
La rana salió del agua y mientras le indicaba al escorpión que ya podía bajar, sintió un repentino dolor agudo y frío sobre su espalda, una especie de calambre le recorrió todo el cuerpo, empezando a dejarle paralizada desde las ancas hasta la cabeza. El escorpión le había picado, inoculándole su veneno. Lo único que la rana pudo decir con una voz apagada por la decepción y el dolor fue un amargo:
– ¿Por qué?
El escorpión, que ya se había bajado de su espalda, simplemente la miró y le dijo secamente:
– Lo siento rana, pero esa es mi naturaleza, ese es mi instinto.
A lo lejos, la libélula rabiosa por no haber podido evitarlo, gritaba al escorpión que decidido se marchó del lugar, dejando tras de sí el cuerpo inerte de la rana.